Christian Marazzi - Entrevista
En este contexto macroregional y mundial, ¿qué papel y qué sentido tienen esas políticas nacionales basadas en el rigor? En Italia, el paso del Gobierno de Berlusconi a Monti y su equipo de"técnicos" ha suscitado mucha expectativa, como si de ello dependiera no sólo la recuperación de la credibilidad sino también un poder efectivo de intervención en la dinámica del mercado. Sin embargo, ¿cuánta eficacia pueden tener esos “sacrificios” en la crisis de deuda soberana y en la consiguiente especulación?
No es así como se sale de la crisis, y de hecho no lo lograremos: el horizonte de los años venideros es la recesión. La política de austeridad tiene un efecto deflacionario de compresión de la demanda interna, que no cabe esperar compensar con exportaciones. Sin embargo, la política de austeridad es la única que contempla la doctrina neoliberal, que impera todavia en Europa y en Occidente y que es dura de veras. Ahí sigue y seguirá esa política mientras se mantenga ese Estado de emergencia, o, para usar el término de de Naomi Klein de economia del shock, ya que permite hacer lo que en una situación normal no se puede: compresión de los salarios, reducción del empleo público, debilitamiento de los sindicatos, la dichosa carnicería social. Es la lógica de la gobernanza de la crisis: una regulación técnica y tecnocrática de las relaciones sociales en el Estado de emergencia. El Viceprimer ministro chino lo dijo bien en una entrevista al Financial Times: lo que nos espera es una nueva Edad Media, financiera y social.
¿Con qué características políticas, antropológicas y políticas? Tú nunca hablas solo de economía...
Algunos procesos son ya evidentes. El primero es la precarización de la Constitución. El segundo -trataste de ello tú también a propósito del paso de gobierno [de Berlusconi] a Monti- es la eliminación de la autonomía de lo político en el Estado de excepción. La tercera es la transición del Estado de bienestar al Estado de la deuda: un Estado en el que lo social es y se representa en forma de deuda, y se regula y se rige bajo el signo de la deuda. O mejor: de la deuda y de la culpa, conforme al doble sentido de la palabra alemana "Schuld": tema nietzscheano, que ahora vuelve a estar de actualidad, como en el excelente libro de Maurizio Lazzarato, La fabrique de l'homme endetté. La deuda como dispositivo antropológico de autodisciplina del hombre neoliberal.
Está clarísimo, a juzgar por lo que está ocurriendo en Italia, donde de pronto hemos pasado de la ética del gozo del ventenio berlusconiano a la ética de la penitencia del gobierno Monti. ¿Cuánto crees que puede durar este dispositivo? ¿El sujeto neoliberal descrito por Foucault, el empresario hecho a sí mismo que se alimentaba de consumo endeudándose puede ahora alimentarse de sentido de culpa por las deudas contraídas? ¿Se trata de un desarrollo o de una crisis de la ética neoliberal?
Por ahora, veo que esa ética se ha hecho realidad: el neoliberalismo se ve realizado en esencia en cuanto fábrica del hombre endeudado. El empresario hecho a sí mismo produce su deuda, que ahora lo disciplina mediante un dispositivo de culpabilización. Por lo demás, aquí se da una verificación de la esencia del dinero: el dinero es deuda, la financiarización del capital nos ha transformado a seres deudores, y el valor lo produce en negativo una máquina depresiva.
Sin embargo, hay quien se indigna, no está de acuerdo, y se rebela. Por suerte. ¿Qué piensas de los indignados y de Occupy Wall Street?
Para mantenernos en la estela de Foucault, éste habría dicho que los Indignados son un movimiento parrhesiasta: un movimiento de personas que dicen la verdad. Denuncian la hipocresía de los mercados; desvelan que toda deuda es "odiosa", ilegítima, fruto de la renta y la expropiación; y declaran que esta crisis la han causado los bancos y no podemos pagarla nosotros, lo que significa afirmar la verdad desde el punto de vista de la gente y no del mercado. Luego, el movimiento de Madrid ha trabajado como un espacio de democracia absoluta, como una gran asamblea constituyente de lo común basada en el principio de la convivencia en el espacio público: una suerte de vuelco de la ética del miedo hobbesiano, en el que me parece bien visible la huella femenina de la práctica en las relaciones y de una economía del cuidado que se convierte en ecología política. El crecimiento del movimiento a escala europea es el único antídoto para el proceso de deseuropeización del que hablábamos al principio. Pero el empuje constituyente ha de darse también en formas de autodeterminación local concretas. Para romper el dispositivo cardinal del postfordismo, la explotación de los saberes, el conocimiento y las relaciones, no hay otro modo sino convertirlo en producción de lo común, ahora más si cabe ya que la política de austeridad conllevará más privatizaciones, vender y mal vender bienes comunes desde el agua al patrimonio cultural. Pero producir lo común significa organizarse a nivel local, prepararse para gestionar en los barrios el agua, la electricidad, el transporte, los propios bancos.
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